Hay una época que recuerdo con frío, soledad y desamparo.
Un tiempo en que la delgada cuerda que sostenía la vida de
mi familia amenazaba con cortarse.
Un tiempo en el que mi papá no tenía control sobre su vida
por causa del alcoholismo.
Un momento en el que mi mamá tampoco lo tenía, abrumada por
la situación que tenía que vivir junto a él.
Había salido del liceo y sentía que no había futuro para mí,
no podía estudiar por razones económicas, y menos trabajar porque teniendo 17
años parecía de 14.
Aquellos días, los noticieros nos abrían los ojos y
queriéndolo o no, entramos al mundo terrible de ese pedazo de historia
vergonzante que aún divide a mi país. Cada hecho que la pantalla mostraba, era
como una espina que se clavaba en mí, y por mucho tiempo sentí que no me podría
recuperar de tanto horror.
Recuerdo haber conocido a tanta gente ese año… gente que
nunca he vuelto a ver, que no fue más que una brisa en mi vida porque ninguno
de ellos permaneció en el tiempo.
Sentía que hubiera querido pedir ayuda, porque sentía que me
hundía, desesperada y sola. Tenía la sensación de que no había forma de
encontrar un camino.
Y ese momento que recuerdo como un infierno tenía algo
dulcemente permanente, lo único cierto de aquel aciago año de 1990: mi prima
Mónica.
Tenemos la misma edad, y la cercanía de nuestras madres que
son hermanas, nos hizo tener un vínculo muy estrecho desde pequeñas, pasábamos
mucho tiempo juntas en verano, íbamos a la playa con mis tíos, disfrutábamos
con sus perros, nos contábamos cosas.
Y ese año triste ella estaba conmigo, nos veíamos todos los
fines de semana, nos reíamos mucho estando juntas. Mis tíos pedían que nos durmiéramos de una vez, y nosotras como aves nocturnas, recorríamos todas las
pequeñas historias que vivíamos durante los días anteriores. Cuánta
alegría yo sentía estando a su lado. Estar con ella era lo que me salvaba de la
soledad que sentía, me escuchaba con paciencia y aceptaba mis muchas locuras de
aquel entonces con cariño.
Al año siguiente, me fui a estudiar y ella me siguió
después, nos tocó vivir juntas y disfruté cada momento de su compañía, con mi
desorden y su disposición, con mis manías y su mansedumbre, con nuestra
alegría… qué momentos más bellos viví con ella. Son un tesoro para mí.
Hoy cuando las dos sobrepasamos las 4 décadas, nos llamamos
varias veces por semana, seguimos contándonos lo que nos pasa, y disfrutamos
riéndonos de nuestros hijos. Es delicioso para mí escuchar su voz, porque
siempre ha estado y está para mi, en los días en que nos ha llovido y en los
que el sol nos ha entregado felicidad.
Cómo podría vivir sin ti Mone... si toda la vida tu presencia ha sido mi compañera indeleble.
* En la foto aparecemos las dos de pequeñas en su casa, yo tomando mi cabeza.