martes, 24 de agosto de 2010

Una Patria Nueva

Hasta ahora teníamos un Bicentenario de cartón piedra, de fachada. Ahora, en esta espera, nos preparamos para nacer de nuevo. Es una espera de un largo parto. Es la tierra que va a dar a luz a 33 hombres. Pero en realidad somos nosotros los que vamos a nacer, porque estábamos dormidos y muertos. No bastó un terremoto para despertar. Necesitábamos un Gran Mito para agruparnos alrededor de él: y ésta no es una "noticia" más, sino un Mito nacido del inconsciente del pueblo chileno. Como si la república quisiera nacer de nuevo, como si estos 33 mineros fueran sus hijos pródigos a punto de regresar. Y mientras no regresen, Chile no existe todavía.

Habrá entonces que dejar hablar de Bicentenario: habrá que hablar del nacimiento de una patria nueva, una patria en gestación que se está incubando al interior de nuestras propias entrañas y alma. Una patria que gestaremos entre todos en estos cuatro meses de rescate, de rescate de nuestra propia esencia perdida.

Una patria más pobre pero más rica, cuyos diamantes son los ojos de los más pobres. Una patria que quiere florecer (como desierto florido) con dolores de parto. Una patria de lámparas de minero y miradas limpias.

Cristián Warnken - Emol 24.08.2010

lunes, 23 de agosto de 2010

Milagro


Con esta imagen, 16 millones de chilenos podemos asegurar que los milagros existen, y de que la unión y el esfuerzo de un puñado de personas logró lo que creímos imposible.



Esta prueba de vida unida a la imagen de ese minero, quien con una sonrisa en los labios nos confirmaba su fuerza desde las profundidades de la tierra nos maravilló y todos los chilenos fuimos un alma cargada de emoción y alegría.

Sin duda, el ser testigos de este hecho es una experiencia que quedará prendida en nuestra memoria para siembre.




lunes, 16 de agosto de 2010

Una mirada al dolor desde la luz

A veces ella piensa en aquel pasado inmediato, ese que le trajo un huracán de vivencias, deseos y pasiones que parecían no tener fin. Cada recuerdo que se asoma a su memoria está colmado de aromas, texturas y colores, tan compleja y dolorosamente llenos de vida, de gracia y de complicidad.

En algunos momentos encuentra objetos y fotos que le refrescan esas sensaciones y sonríe, porque aunque eso ya no existe, la memoria no es perenne, se mantiene como siempre atenta a todo y recordando hasta el más último detalle.

¿Es la memoria de una anciana?, no lo es.

Una anciana es aquella mujer que pudo ver un día cualquiera en la fila del banco, marchita, cansada, acompañada de su hijo, cuyas facciones le recuerdan dolorosamente lo que llegó a ser: la que robó espacios y tiempo, quien tenía lo que ella no podría haber ni soñado. Cuánto dolor contenido en esas facciones, en su pelo debilitado por la edad y seguramente por lo que le tocó vivir.

Un dolor profundo invadió a la que a veces recordando sonríe, pero un dolor agradecido al fin, feliz aunque no alegre, porque eso ya no existe, solo es parte de un recuerdo que a la vuelta de la esquina puede esfumarse y quedar en algún oscuro anaquel de su existencia.



viernes, 13 de agosto de 2010

La casa nueva

Estos días mi familia está viviendo un momento único: mis padres se trasladaron a una casa nueva, a vivir otra etapa de vida, trabajando por supuesto pero disfrutando juntos de los frutos de un esfuerzo constante.

Publico esta foto, la que tomé la primera noche que ellos estuvieron allí, con sus hijos, nuera y nietos trabajando para que todo quedara bien. No olvidaré esta imagen, la felicidad de mi madre y el rostro de mi padre el que reflejaba la inmensa alegría de un niño de 5 años.



Tito Fernández escribió una hermosa canción para festejar un momento como este, por lo que he tomado un extracto para compartirlo con ustedes:

"Quítate el delantal
quiero verte de fiesta,
ya esta bueno de platos
ahora eres la reina.

Bebe tú de mi copa como en los tiempos idos
yo bebo de la tuya, amigos, amigos.

Dejame bailar contigo la alegria linda
del ultimo bals
amor, amor. "



jueves, 5 de agosto de 2010

¿Día de quien?

El día del niño se acerca inexorablemente, y aunque Rodrigo y Fabián ya tienen 12 y 11 años respectivamente, aún se sienten pequeños todos los días del año. Más aún esta primera semana de agosto, en que somos bombardeados por la publicidad que nos recuerda que como padres estamos obligados a comprarles algo, y ellos como niños a esperar que así sea.

Este año más que nunca, veo esta celebración como algo vacío e impuesto, y hoy al leer como todos los jueves la columna de Cristian Warnken, me he sentido tan interpretada que decidí tomar el texto y publicarlo en mi blog, espero que puedan darse el tiempo de leerlo:



ADIOS A LOS NIÑOS

El niño viene caminando de la mano con su padre al colegio. Hace frío, y es la primera vez que descubre la magia del vaho que sale de su boca y de las bocas de todos los que caminan a esa hora por la calle. Ha tomado un buen desayuno, un pan crujiente, un queso, una fruta.

El invierno tiene sus regalos: el hielo que cubre los parabrisas, las montañas cubiertas hasta muy abajo por una nieve que parece crema de un pastel delicioso de ver y oler y sentir que es la Tierra. Y las hojas que se han tirado un piquero de los árboles para que los niños las pisen, las hagan crujir o las miren con arrobo y las guarden adentro de un libro de cuentos que les leyeron anoche. Cómo olvidar el cuento que el papá se dio el tiempo de leerle sentado a los pies de la cama, como hoy en esta mañana fría por fuera pero calentita por dentro, en que los dos vienen riéndose de la glotonería de Hänsel y Gretel, que les jugó una mala pasada con la casa de mazapán y chocolate que usaba la bruja como trampa.

Vienen recordando eso, cuando a la entrada del colegio, dos hermosas y altas hadas vestidas de colores se abalanzan sobre el niño. Con una sonrisa perfecta, le piden abra sus manitos y depositan ahí unos paquetes de galletas con incrustaciones de chocolate, las que quiera, todas las que quiera y pueda llevar. Las quiere todas. Quiere llenar sus bolsillos, y comérselas todas. En cuestión de segundos se olvidó de las hojas, del vaho, del cuento, hasta de su padre que mira indolente cómo las promotoras le roban a su hijo ante sus propios ojos para llevárselo al país de la gula desatada, donde los niños golosos no tienen límites, y bailan en desenfrenado aquelarre sobre montañas de papas fritas y grasas saturadas. ¿Es que se había olvidado este padre distraído de que estamos a las puertas del Día del Niño? Gran día de la mentira travestida de verdad, de la gula metamorfoseada en necesidad. He aquí la fiesta de la incontinencia y la bulimia, el juego perverso de pedir y dar, el bombardeo de las marcas sobre las caritas rubicundas. He aquí el nuevo cuento para niños modernos, cuentos con final feliz, con brujas vendedoras y magos del marketing. Y he aquí a los nuevos hermanos Grimm: creativos de agencias publicitarias, dispuestos a no dar tregua por semanas a ningún hogar, a ninguna familia, con sus cuentos edulcorados y facilistas. Folletería invasiva, jingles a granel, imágenes cayendo del cielo como meteoritos sobre el planeta de la inocencia.

Cuando termine el tan anunciado día, ya no habrá niños sobre la Tierra. Una nueva raza de adictos a todo tipo de juguetes y golosinas de última generación reemplazará a los niños que jugaban a hacer crujir las hojas, a leer cuentos legendarios, a cantar canciones y a imaginar figuras en las nubes. Una vez anestesiado el aburrimiento, muere la infancia. La infancia que crea, inventa, sueña, la que se deleita y asombra con lo mínimo, lo que está a la mano, lo que florece en la sencillez y la carencia. Ahora todo sobrará, hasta los padres, el amor, la música del viento, la palabra humeante y necesaria. Ya no bastó con que muriera Dios hace siglos, asesinado por la incompetencia de nuestros tatarabuelos que lo mataron con sus verdades viejas, gastadas e hipócritas. A nosotros nos estaba reservado un crimen más alevoso aún: el asesinato de la infancia.

Un asesinato sin sangre, silencioso. Sin comentarios filosóficos. Un asesinato en serie, que en todas las ciudades del mundo donde reina la abundancia, saca a los niños de sus juegos, los bota de sus caballos de madera, les quita los guijarros de sus jardines (el oro de sus botines y tesoros imaginarios), para lanzarlos a un abismo multicolor donde cada cual es devorado por los monstruos de sus propias pulsiones e incontinencias.

Bienvenidos a este fabuloso mundo sin límites, donde no existe el “no”, y los niños ya no tienen rabia ni pena. Al país donde en invierno no sale vaho de las bocas apagadas.



Para comentar en el blog de Emol, pueden ir a este link http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2010/08/05/adios-a-los-ninos.asp


Desigualdad

Por muchos años y al igual que muchos, me mantuve ajena a la realidad que me rodeaba y que, sumida en mis cosas no podía ver. Hoy, cuand...