lunes, 8 de marzo de 2010

Recuerdo de mi infancia


Durante mi infancia mis abuelos maternos fueron el pilar de una familia que escondía profundas diferencias que sólo salieron a la luz cuando ellos ya no estuvieron. Menos mal.

Mi abuelita Baldo, cuyo nombre era María Baldomera Fontealba Díaz, fue una mujer excepcional, voluntariosa y llena de vida hasta el final. Sus nietos – que éramos muchos – no solo le teníamos respeto, sino que reverencia. Mis primas que vivían cerca de ella cuentan que cuando se enojaba se sacaba un zapato, y salía correteando al que se le pusiera por delante. Por el contrario, conmigo fue siempre muy suave, cada vez que iba a su casa, conversaba con mi mamá un rato, y de pronto se ponía de pié para entrar a su dormitorio, yo siempre sabía lo que vendría a continuación: ella volvía con un pañuelo, casi siempre usado pero primorosamente almidonado y planchado. Ese era el regalo que siempre me tenía.

Mi abuelito Lolo, que se llamaba Eleodoro Fontealba Cárdenas, era un hombre risueño cuyos ojos azules no podían esconder la picardía de enamoradizo que tuvo en su juventud. En su casa tenía un jardín que cuidaba con esmero. Recuerdo un portón por el que se podía acceder a él, pero por el que sus nietos nunca pasábamos, ya que sabíamos que esa era zona prohibida. Nunca se nos hubiera ocurrido entrar a desordenar nada, ni mucho menos cortar una de sus bellas flores.

Bueno, hasta que un día cuando yo contaba unos 11 años, fuimos con mi mamá a visitarles, conversamos un rato, y de pronto mi abuelita nos dijo: ¿Por qué no vamos a ver el jardín?, nos dispusimos los cuatro a salir cuando mi abuelita me dijo al oido: “Pídele el Gladiolo Blanco a tu Abuelo”…. Casi me morí de la impresión.

¿Cómo podía yo pedir semejante cosa frente a mi mamá?. Naturalmente, no abrí la boca.

Caminamos otro poco, y mi abuelita insistió con un codazo esta vez: “Pídele el Gladiolo Blanco a tu Abuelo”….

De recordarlo, ya me muero de la risa… solté la petición como una cascada, y mi mamá me miró con dos rayos por ojos y me reconvino diciéndome que ya sabía que mi abuelo nunca cortaba sus flores.

Mi abuelito me miró sonriendo y con sus manos temblorosas cortó el Gladiolo blanco y me lo ofreció.

Nunca supe por qué mi Abuelita Baldo hizo esto, tal vez mi Abuelo dijo que me lo regalaría, no lo sé. Solo puedo decir que en medio de mi zozobra pude ver el destello de esos inolvidables ojos azules que me sonreían regalándome uno de los tesoros de su jardín.


1 comentario:

Unknown dijo...

Hola Beatriz solo comentarte que no me había percatado de la imagen en tu perfil,relmente te ves muy linda, al igual que lo debio ser esa hermosa flor que te ragalo tu querido abuelo cuando niña.

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