La casa de mi abuelita en Punta Arenas fue desde que llegué una sorpresa para mí. Por todos lados había frascos de schampoo que ella había traído de Venezuela, abrías un cajón y allí había algún producto para el cabello, porque a ella le fascinaban.
También había decenas de camisas de dormir, de todas las formas, texturas, colores y por supuesto: estilo.
Si a ella le gustaba un tono de esmalte de uñas, iba y compraba una caja de frasquitos, de las que había por todos lados, en tonos rojizos o “palo de rosa” que era su favorito, aunque también tenía uno dorado con el que adornaba sus uñas pintadas de rojo.
Cinturones, muchos cinturones que ella usaba sobre los vestidos o blusas largas, había incluso alguno elástico con el que estilizaba su regordeta figura.
Y zapatos… santo Dios, cuántos zapatos!
Como relaté en el post anterior, mi abuelita fue obligada a casarse a los 13 años, y hasta que logró separarse a los 26, vivió una situación de mucha pobreza, lo que no le permitía tener zapatos. Ellos son el motivo de que ella necesitara tener un stock inacabable de algunas cosas, pero los zapatos eran su mayor fascinación, probablemente tenía más de 50 pares.
Con ese pié tan pequeño, (que heredé con la consiguiente dificultad de encontrar calzado acorde a tan escasa medida) lucía siempre zapatos o botines de tacón, se veía estupenda, le fascinaban las faldas y vestidos, aunque a veces se ponía también pantalones ajustados.
¿Será que todas estas cosas, han pasado por tu mente estos días en que tan denodadamente has luchado para seguir con nosotros? No lo sé, pero aunque no lo recuerdes, hay otros que podemos recordar lo que viviste y cómo fue que viviste, aunque hayamos sido solo una brisa en el huracán de experiencias que fue tu vida.
Los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas. (Albert Camus)
jueves, 26 de abril de 2012
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